
Por: Pilar Sordo / Archivo: COSAS Mayo 2016
Se nos cayeron muros, casas y muchas cosas materiales a los que les teníamos cariño. Desaparecieron ante nuestros ojos sin que nada pudiéramos hacer. Muchos perdimos seres queridos y de un momento a otro nos sentimos solos y desamparados. Todo quedó a oscuras, todo quedó en silencio, como una invitación a mirar a lo más profundo de nuestra alma. Nos dimos cuenta de quiénes eran a los que amábamos y quienes nos amaban. Tuvimos miedo, pena, rabia; nos sentimos frágiles, pequeños y vulnerables. Todo esto sólo nos lleva a concluir que en esos minutos fuimos más que nunca verdaderamente humanos. Sin muletas, sin ataduras, sin dependencias, desde nosotros tenían y debían salir todas las soluciones.
En las zonas del desastre, la oscuridad hacía mirar sombras, nos invitaba a escuchar latidos, ritmos respiratorios, abrazos, etc. El glamour no importaba, “las fachas” y las ropas dejaron de importar. Perdimos pudores, nos volvimos simples, sensitivos, empáticos y cariñosos. Volvió el día y comenzamos a ver hacia afuera, todo lo cercano aparecía ante nuestros ojos y lo lejano se nos hacía inalcanzable. Sabíamos poco, muy poco de lo que pasaba.
Evaluábamos la realidad de acuerdo a lo que nos pasó a nosotros, nos faltaba perspectiva. Había miedo, inseguridad, curiosidad. Ganas de movernos, ansiedad por hacerlo. No saber por dónde empezar inundaba aún nuestras cabezas. Los más ansiosos, empezaron de inmediato, los más calmados muy de a poco. Algo nos decía que lo que había pasado era grave. Entonces gente con temple y valentía, que merece un premio por el coraje, dejó a los suyos por el mandato de servir a otros traspasando sus propios miedos. Mil gracias a todos ellos.
El terremoto fue como un gran colador que mostró lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Comenzaba el desafío de recuperar la sabiduría de los que no saben nada. Apareció una crisis valórica que este país hermoso tiene y que tendremos que revisar cuando ya estemos en pie. Los ecuatorianos dimos al mundo un ejemplo de solidaridad, de esa que no tiene que ver con campañas, esa de todos los días. Es una invitación a respetarnos más, tolerarnos más y aceptar que en la empatía está la verdadera solidaridad. Entender que donar cosas no implica hacer un orden de la casa y sacar lo que no nos sirve.
En una campaña solamente no se muestra nuestra capacidad para dar, eso es de todos los días. Hubo saqueos con plata y sin plata. Ambos imperdonables. Tal vez esto refleja nuestra falta de desarrollo espiritual y nuestro extremo apego a las cosas. Se nos cayeron las máscaras y los muros, aparecieron nuestras lágrimas, muchas veces expresadas en cuatro paredes. Aparecieron seres de luz haciendo campañas, ollas comunes y gestos de solidaridad que sin duda generaron una sonrisa en el rostro de Dios.
El terremoto del alma es el más lento de sanar. No nos sirve para ello el dinero, la tecnología y tantas otras cosas en las cuales nos apoyamos. Tendremos que pararnos desde adentro para que lo que construyamos afuera sea de una solidez tal que el próximo remezón no sea capaz de derrumbarnos. Usemos el humor, la fe y los afectos, creo que con esto el camino se hará más fácil para todos.