Y después de la boda ¿qué?

El matrimonio comienza mucho antes del “sí, acepto”.

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Por: Patricia Álvarez de Jaramillo (Máster en Educación y Asesoramiento familiar) / Fotos: 123rf

En medio del vestido, la boda soñada y la luna de miel perfecta, muchas parejas olvidan un gran detalle: el matrimonio comienza mucho antes del “sí, acepto”. No existe una fórmula que garantice la felicidad y mucho menos un tiempo específico e ideal de noviazgo antes del compromiso, pero vivir cada etapa, pensando en un proyecto de vida que es para siempre, es esencial antes de dar el gran paso.

Empecemos con algo que, para muchos, sería obvio dentro del matrimonio. Sin embargo, cuando pasa el tiempo y las circunstancias propias de esa unión no lo es: separar el verdadero amor del enamoramiento. El enamoramiento es esa etapa inicial donde se sienten mariposas en el estómago, se idealiza al otro y todo parece perfecto. Luego, con el paso del tiempo, llega el verdadero amor: el que se construye desde la voluntad y la decisión consciente de amar a esa persona tal como es, con sus luces y sombras. Amar no es un impulso del corazón, es un acto de la voluntad, una elección diaria, sostenida incluso cuando las emociones fluctúan.

El matrimonio no es una etiqueta que valida el amor; es una elección consciente de crecer juntos. Por eso, aunque muchas parejas creen que “vivir juntos es lo mismo”, el matrimonio, cuando se construye desde el compromiso verdadero, transforma profundamente la manera en que nos entregamos al otro.

Por supuesto, se trata de mejorar juntos y de crecer como pareja, pero un error común es creer que con el tiempo, o con suficiente amor, se puede cambiar al otro. La realidad es que muchas de las cosas que nos molestan en el noviazgo seguirán estando ahí en el matrimonio, a veces incluso con más intensidad. Pensar que alguien va a cambiar “cuando se case” o “cuando tenga hijos” es una ilusión peligrosa. Lo que no toleras hoy, te pesará mañana.

¿QUÉ SE PUEDE CAMBIAR Y QUÉ NO?

Aquí es donde vale la pena ser muy claros. El carácter, esa combinación de hábitos, actitudes y reacciones, puede moldearse con esfuerzo, madurez, autoconocimiento y voluntad propia. Por ejemplo, una persona irritable puede aprender a manejar su mal genio, una persona impulsiva puede trabajar en su autocontrol. Pero esto solo es posible si existe una motivación genuina desde dentro, no porque su pareja se lo exige. Lo que difícilmente cambiará son los rasgos de personalidad profundamente arraigados o los estilos de vida que definen a esa persona: el que es fiestero empedernido, el que no puede pasar un fin de semana sin beber, el hijo o hija demasiado apegado a su familia, el solitario extremo, el infiel recurrente, el que desprecia a los demás o carece de empatía. Estos comportamientos suelen estar presentes desde el noviazgo, pero se disimulan, se justifican o se minimizan por miedo a perder la relación o por el deseo de que “ya cambiará después”.

RECOMENDACIONES PARA EL NOVIAZGO

• Observa con objetividad. ¿Cómo actúa tu pareja bajo presión? ¿Cómo trata a los demás? ¿Cómo se comporta cuando no está intentando impresionar?

• No idealices. Lo que hoy justificas por amor, mañana puede ser tu motivo de sufrimiento.

• Haz preguntas incómodas. Hablen de dinero, de hijos, de religión, de familia, de trabajo. La compatibilidad real se prueba en las conversaciones difíciles.

• Diferencia entre lo negociable y lo esencial. Gustos, hobbies o costumbres se negocian; pero valores, ética, temperamento y visión de vida son cimientos que si no están alineados, terminan fracturando la relación.

• No entres a la relación para cambiar al otro. Eso suele llevar a frustración, manipulación y desencanto. Mejor pregúntate si puedes aceptar a esa persona tal como es, hoy, sin la fantasía de lo que “podría llegar a ser”.

Los defectos no desaparecen con el matrimonio, y pretender cambiarlos es uno de los mayores errores. Lo que sí se puede hacer es aprender a administrar las diferencias, fomentar el crecimiento mutuo y trabajar en los aspectos propios que sí son moldeables. Porque el amor real, ese que sostiene una vida juntos, no se construye sobre promesas de cambio, sino sobre aceptación, compromiso y madurez emocional.

Y si amar es aceptar, también lo es entender que no solo se forma una pareja, sino un entorno nuevo: las familias se entrelazan.

LA NUEVA FAMILIA, LA BODA Y OTROS DISTRACTORES

La familia política es muy importante, terminan formando parte de nuestras vidas. Un hombre o una mujer muy dependiente de sus padres, que no están dispuestos a cortar ese cordón umbilical, representan una alarma que hay que revisar. Es fundamental analizar que tan sano es ese vínculo: ¿hay autonomía emocional o una necesidad constante de aprobación? ¿Se respetan los límites entre padres e hijos adultos? Un lazo sano implica cariño, apoyo y cercanía, pero sin control, sin manipulación ni dependencia.

Con la familia política también se construye una nueva relación. No se trata de reemplazar vínculos, sino de sumar y saber ubicarse. Lo ideal es que exista respeto mutuo, espacios compartidos con buena disposición, pero también la claridad de que la nueva familia (la pareja) tiene autonomía. Recomendamos observar si hay apertura, si se promueve la independencia de la pareja o si, por el contrario, se insiste en imponer opiniones, tradiciones o decisiones. También es útil que la pareja converse previamente sobre cómo establecer límites sanos, cómo actuar ante situaciones incómodas, y cómo mantener la unidad como equipo. Esto, muchas veces, marca la diferencia entre una convivencia armoniosa o un matrimonio desgastado por interferencias externas.

Cuando la pareja ha logrado establecer estas bases de respeto e independencia familiar, llega uno de los momentos más emocionantes y delicados: el compromiso. Y con él, un gran riesgo, porque en ocasiones se vuelve más importante todo lo que está alrededor y se olvida el matrimonio, entendiéndose como la unión de dos personas para toda la vida. Se confunde con facilidad la boda con el matrimonio. Y comienza desde el compromiso: cómo le propongo matrimonio, que sea raro, exótico, innovador o llamativo. Así que las parejas buscan academias de paracaidismo, lugares remotos o simulacros teatrales que dejan a otros más sencillos o cautos como “poco detallistas”. Pero una propuesta es, ante todo, algo íntimo, tierno y memorable, y no necesita ser instagrameable para tener valor.

Después empiezan los preparativos de la boda. Algunas parejas planifican tanto, se preocupan tanto por la fiesta, que pierden la perspectiva de lo verdaderamente importante: lo que comienza el día después. Es hermoso reunirse con los seres queridos a celebrar, por supuesto que se desea una linda decoración, un buen baile, una comida especial para agasajar a los invitados, pero todo esto es secundario.

Amar para siempre es lo esencial, y eso no está en una fiesta, sino en la construcción diaria de una vida juntos. Gastarse un presupuesto enorme (aunque se tenga) no garantiza felicidad; peor aún si se incurre en deudas que comprometen la solidez económica futura. No se trata de criticar las bodas; tener recuerdos memorables es valioso, siempre que se mantenga la sensatez y se actúe dentro de las posibilidades reales. Y cuando todo eso termina, comienza lo verdaderamente desafiante: la convivencia diaria. Allí, muchas parejas que ya vivían juntas descubren que el matrimonio no es solo un papel. También hay un fenómeno cada vez más frecuente: parejas que se van a vivir juntas y luego todo se derrumba. ¿Qué pasó? ¿Qué falló? Vivir juntos no siempre es sinónimo de conocerse mejor ni garantiza que funcionará el matrimonio.

Muchas veces se convive sin acuerdos profundos, sin compromiso claro, como si fuera una etapa de prueba sin consecuencias. Pero la realidad es que la convivencia sin un pacto firme puede volverse ambigua: falta dirección, no hay claridad de propósito ni responsabilidad compartida a largo plazo. En cambio, el matrimonio, cuando es asumido desde la madurez emocional, trae consigo un cambio de mentalidad. Hay una decisión explícita de cuidarse mutuamente, de construir una vida en común, de sostenerse en los momentos buenos y en los difíciles.

Amarse es una aventura para toda la vida, sin bemoles, sin artilugios, sin guiones de telenovela; amar para toda la vida es un acto de la voluntad que nos permite alcanzar la felicidad a través de la entrega generosa e incondicional. Si esto parece un reto aburrido, difícil o que compromete otros objetivos personales, entonces la respuesta es simple: no están listos. Porque antes del “sí”, hay que aprender a decir la verdad. Solo así el amor puede durar para siempre.

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