EL MATRIMONIO: ¿Por qué nos seguimos casando?

¿Por qué casarse?

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Por: Martha Dubravcic / Fotos: 123rf

¿Por qué casarse? Dicen muchos librepensadores que se revelan ante la formalidad del papel, ante la legalidad de un compromiso que debiera ser privado e inherente a cada pareja. ¿Y por qué no? Dirán desde la otra orilla, quienes defienden esta institución social y jurídica -además de religiosa- que da solidez a las sociedades y a las familias y es un elemento de seguridad para quienes conforman la pareja.


Por más que se diga que el matrimonio es una institución en crisis, hay quienes jamás dejarán de creer en él como la entidad más sólida de las sociedades. Si bien las ideas alrededor del matrimonio y el valor que se le otorga pueden ser relativos y distintos, el matrimonio está allí, firme y sólido, aun frente a las más fuertes turbulencias y transformaciones modernas. Desde otra perspectiva, el matrimonio como institución ha entrado en crisis. Aunque no hay una estadística global sobre la disminución de los matrimonios en el mundo, un estudio de la Universidad de Houston indica que el 89% de la población mundial vive en países con tasas de matrimonio en descenso y un punto de inflexión fue la pandemia, a partir de la cual se registraron más rupturas, divorcios y menos matrimonios. A esto se suma que toman relevancia nuevos formatos de pareja, como la unión de hecho o la convivencia.

Sin embargo, este es un tema en el que de ningún modo cabe la sentencia de “o blanco o negro”, y en el que especialmente caben “los grises”. Desde una perspectiva sociológica, más que desaparecer, el matrimonio se ha reconfigurado, coexistiendo con otras formas de relación que reflejan una mayor autonomía individual y diversidad social. Entonces, es posible afirmar que el matrimonio no es solo una institución con dimensiones sociales, económicas, culturales, religiosas, romántico-afectivas, espirituales, jurídicas, sino que es todo eso y más; por lo tanto, es una institución performativa, porque es transformadora, es decir que impacta en todos esos ámbitos y, al mismo tiempo, se transforma a sí misma al ritmo de los cambios sociales.

CIMIENTOS FLEXIBLES

Aunque parezca una entidad con la rigidez de una roca, que no permea ni acepta transgresiones, el matrimonio es una institución que se ha ido modelando a través de la historia y en tiempos modernos no es la excepción. Por ejemplo, en la antigüedad, coexistían dos modelos de matrimonio: endogámicos, y exogámicos, los cuales se definían de acuerdo al grado de parentesco, a la posición económica, a la calidad racial, o a la residencia que hubiese en el grupo (Roswitha Hipp, Orígenes del matrimonio y de la familia modernos, Revista Austral De Ciencias Sociales, revistas uasch.cl)

“Los matrimonios endogámicos son los que se efectúan dentro del grupo de parientes; y los matrimonios exogámicos, los que se realizan entre grupos o tribus diferentes, es decir, en donde no hay ningún grado de consanguinidad”. Pero las sociedades demandaban algo distinto. Y en el siglo IV a.C., San Agustín elaboró una doctrina de la conveniencia de no casarse con parientes próximos, porque así se limitaban los lazos sociales del clan”, (Hipp). Más tarde la Iglesia Católica prohibió la consanguinidad en el matrimonio hasta el sétimo grado de parentesco y en 1215 se rebajó dicha prohibición a cuatro grados de consanguineidad. Aquí estamos hablando del matrimonio ante la Iglesia. En lo jurídico, con mucha más fuerza las transformaciones sociales han dado lugar a cambios, y así la evolución del matrimonio, al ritmo de estas transformaciones, ha sido evidente. Hoy, el ejemplo más contundente es que cada vez más países están legalizando el matrimonio igualitario, es decir entre dos hombres o entre dos mujeres. Es de esperar que más adelante, por impensable que parezca, el “no binarismo” también tenga un espacio dentro de la legalidad matrimonial. Destejemos entonces la idea de que el matrimonio es dogmático, cerrado e inflexible. Ha experimentado mutaciones; de otro modo no hubiera sobrevivido y, pese a que muchos lo miren con lentes de crisis, nos atrevemos a decir que seguirá transformándose, redefiniéndose, pero no va a desaparecer. Y una de las razones para ello, es que las sociedades necesitan del matrimonio, para mantener el orden social y eso no es casual.

Toda sociedad necesita una estructura y reglas claras. No en vano, Talcott Parsons destacaba el papel clave que cumple el matrimonio en la estabilidad social, ya que organiza la reproducción, la socialización de los hijos, la definición de roles económicos y afectivos, así como las relaciones familiares y sociales. El matrimonio, entonces, resulta ser el piso firme para que una sociedad funcione. Otro aspecto tiene que ver con que toda sociedad necesita reproducir valores sociales y culturales, normas de convivencia, y en esta tarea el matrimonio es también un eje fundamental, gracias al cual se perpetúan estos valores y reglas, como la monogamia y la prohibición del incesto.

El aporte identitario del matrimonio también es importante. Otorga a la pareja una identidad social, que va acompañada de roles: esposo, esposa, cónyuges, etc. con las implicaciones y responsabilidades de esos roles en cada sociedad. Es que a partir del matrimonio ocurre algo más, un vínculo privado se establece como público, se reconoce y se sella con deberes y derechos. La economía no es un tema menor como factor para que el matrimonio siga siento un piso de estabilidad. Pues además de hacer posible la movilidad económica entre personas, por decirlo de algún modo, económicamente dispares, facilita la suma de ingresos y la productividad, al hacer posible una economía de pareja o economía familiar. Un paso más allá está el tema legal y el reconocimiento social. El matrimonio facilita el acceso a recursos financieros, como créditos, herencias, seguros, y también otorga reconocimiento social en el entorno; gracias a él es que los cónyuges, por ejemplo, pueden obtener la ciudadanía de su pareja, en caso de diversidad, o la residencia en un país. El matrimonio tiene también un componente depertenencia y capital social. Gracias a este vínculo reconocemos la integración a familias extendidas (familias políticas), comunidades profesionales y sociales. Como corolario aparece el tema romántico: el amor. Para muchos este debe ser el punto de inicio y el punto de llegada del matrimonio. Un vínculo afectivo alimenta el bienestar emocional, la salud física y mental. Aunque quienes son menos conservadores dirán que este vínculo no requiere de la institucionalidad del matrimonio. Mientras que, para los creyentes de él, sí supone una seguridad emocional y un lugar distinto en lo afectivo. Desde este punto de vista, el matrimonio es visto como el espacio de la felicidad compartida, basada en la elección individual, e deseo, la afinidad emocional y compromiso. Desde lo afectivo, hay un respeto a la libertad de que cada ser humano elige con quien unirse en matrimonio, y el amor es una condición vital. Nuevamente, podríamos decir que el componente romántico no requiere del matrimonio para existir en una pareja; es cierto, pero el discurso ha sido alimentado por la sociedad y por las narrativas de la literatura, los medios de comunicación y las tradiciones de familia, en muchos casos; quizás allí está la diferencia.

EL DIVORCIO: SE ROMPEN LOS CIMIENTOS

Cuando por alguna razón, cualquiera que sea, aquella entidad del matrimonio no resulta funcional a uno de los miembros de la pareja, o a ambos, existe un recurso, una figura legal, una herramienta y un salvavidas para devolver a la pareja su estatus de soltero o soltera. Es el divorcio. En muchos casos, es visto como una mera estadística para mostrar la fragilidad del matrimonio, pero como herramienta legal es poderoso, porque para quien lo vive puede ser liberador o devastador, redentor o desgarrador, sanador o traumático. Así como el matrimonio consolida la unión, el divorcio establece, no solo la decisión de la ruptura, sino que dibuja la cancha y establece los términos de aquella ruptura, en cuestiones jurídicas, económicas, políticas, de tenencia y crianza de hijos, de responsabilidades civiles.

No vamos a entrar en las causas que dan lugar a un divorcio, todas son posibles y legítimas, desde aquellas emocionales, hasta las de convivencia diaria, los factores inherentes a la salud y la economía, todas son válidas, incluso la decisión autónoma en sí misma. Lo que sí observamos es que hay sociedades y países con tasas altas de divorcios y otros que destacan por tener aún bajas tasas, como el caso de Ecuador, inferior al 1 por cada mil habitantes.

A nivel global, la estadística de divorcios ha subido de 1,6 x mil habitantes en 2022 a 1,8 x mil habitantes en 2023 (divorce.com). Este mismo portal indica que las sociedades occidentales (Estados Unidos y Europa) tradicionalmente tienen tasas de divorcio más altas que las de Asia y América Latina. “Algunos investigadores creen que las altas tasas de divorcio en los países occidentales son resultado de la disminución del estigma asociado con él y la mayor independencia financiera entre las mujeres”. Mientras que, del otro lado, la baja tasa de divorcios de un país puede atribuirse a factores como la religión, las leyes locales de divorcio y la falta de apoyo social y oportunidades laborales para la población divorciada, según la misma fuente.

India aparece como el país con menos divorcios (0,01 x mil habitantes), mientras que Maldivas y Rusia son los países donde las parejas más se divorcian (5,5 y 3,9 respectivamente) por mil habitantes. En América Latina, Cuba es el país que registra más divorcios (2,9), seguido de Costa Rica (2,5) por mil habitantes. En Ecuador, comparativamente entre los años 2022 y 2023, el INEC, muestra un ligero incremento de los matrimonios y un ligero descenso de los divorcios. Por ejemplo, entre esos dos años, los matrimonios aumentaron un 2,2%, y los divorcios se redujeron en 4,2%

Estos datos numéricos bien podrían ser explorados y motivarnos a hurgar en las creencias, valores y sentencias de nuestra población y descubrir los porqués y los cómo tras las decisiones de casarse más y divorciarse menos.

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