
Por: Pilar Sordo
Todos estos meses hemos estado repletos de artículos que nos hablan de empleabilidad, de las rentas que tendrán los alumnos al terminar la educación superior y de todo aquello que une el dinero con la formación y con el mundo del trabajo.
Vocación significa “llamada”, e invita a un ser humano a mirarse hacia adentro y descubrir cuáles son esos fuegos internos que lo podrían llevar a trabajar en algo que amas durante toda la vida. Seguramente si eres un alumno de enseñanza media y te preguntaron todo el tiempo ¿qué vas a hacer, qué vas a estudiar y dónde?, esta pregunta más que invitarte a reflexionar, seguramente genera una coraza y solo produce resistencia para analizar el tema.
Estamos en un mundo que nos orienta todo el tiempo hacia afuera y cada día tenemos menos espacios para mirar a nuestro interior.
Por lo tanto la primera invitación es al silencio, a buscar espacios donde puedas “hacer un viaje” hacia tu mundo interno. Como requisito para esto es fundamental dejarte un espacio para apagar todo lo que tengas prendido en tu casa, y llamo a esto televisor, radio, computador y, por supuesto, teléfono.
Seguramente este silencio no te será cómodo y hasta te puede generar angustia por lo que puedas empezar a sentir. No te preocupes, es el poco hábito a la ausencia de ruido y estás empezando algo maravilloso, que es a conocerte y entrar en tu alma y tus afectos. El silencio es la puerta de entrada a tu mundo interior.
Después de eso, cuando te hayas permitido estar en silencio en este estado, pueden pasar dos cosas principalmente; una es que naturalmente salgan y aparezcan contenidos con imágenes y sensaciones o no haya nada que sentir y que ver.
En cualquiera de las dos situaciones lo que sigue es empezar a preguntarte cosas, lo que quieras. Pregúntate de todo pero enfocado en la vocación. Es importante que te preguntes por tus sueños, aquellos que tenías cuando eras niño, esos que pueden hacer palpitar tu corazón y pensar que podrías dedicarles tu vida, aunque no tengan que ver con tus habilidades.
Muchas veces, ocurre que los jóvenes no saben qué sueños tienen porque lamentablemente los adultos no les enseñamos a construir. Al preguntarte ¿dónde te ves como adulto y haciendo qué? aparece como fundamental que te puedas imaginar sonriendo la mayor parte del día. Este acto que muchos podrían evaluar hoy en un mundo extremadamente realista, como muy ingenuo, es muy complejo, pero sin embargo termina siendo la pregunta esencial en esta etapa de la vida.
En mi vida he cometido muchos errores y he tenido muchos dolores, pero he ido adquiriendo algunas certezas que creo es el momento de compartir. Una de ellas es que si toda decisión tiene costos, es preferible pagar esos costos por algo que se ama hacer que por algo que solo nos dará dinero.
Otra certeza es que el que hace lo que ama, siempre tendrá lo necesario para vivir, adecuando las expectativas y la definición de lo que es “vivir bien” hoy día.
Y la última es que no existe el quehacer perfecto, es decir, cualquier desempeño técnico o profesional, produce mucho cansancio, frustraciones y momentos maravillosos y otros –y no poos- injustos. Entonces estoy segura que cuando uno hace lo que ama, lo que le apasiona, aquello donde el tiempo pasa rápido, es más fácil vivir y sobrellevar aquel oficio.
Quiero dedicar un espacio a los padres y madres o tutores de esos jóvenes. Desde mi humilde lugar les pido que los acompañen en sus sueños, que les pregunten qué quieren hacer con sus vidas, que los escuchen desde lo que ellos quieren y no desde lo que ustedes quisieran que ellos les contaran. Creo que hay que enseñarles a perseguir sus sueños y sobretodo, debemos transmitirles que la pasión es algo a lo que no se puede renunciar ni transar en la vida, cueste lo que cueste.