
Por: Pilar Sordo / Archivo: COSAS Enero 2016
En unos talleres que he realizado este último tiempo, empecé a trabajar estos dos conceptos, preguntándoles a personas de diferentes edades y condiciones qué palabra practicaban más durante el día.
Me quedé impresionada cuando descubrí que el 90% de las personas decían que agradecían muy poco pero que sí se quejaban todo el día. Algunos mencionaban que eran conscientes de que tenían cosas para agradecer todos los días pero no lo expresaban nunca o casi nunca en términos verbales.
Al preguntar por qué no agradecían, la gran mayoría respondía que sentía que su día había sido “común y corriente” y que por lo tanto no encontraban cosas que agradecer. Al mencionarles yo, cosas que vivimos todos los días, como haber comido algo que nos gusta, haber estado con alguien que queremos y que nos quiere, el habernos duchado con agua tibia, poder mirar el cielo o las estrellas por la noche, muchos mencionaban que esas cosas eran obvias y que no se les había ocurrido que tenían que agradecerlas. Algo nos pasa con lo simple, que no es tan simple y que parece que no estamos viendo. Se nos olvida, por ejemplo, que más de la mitad del planeta no tiene hoy agua caliente para bañarse y que hay mucha gente que se muere de hambre.
Con respecto a la queja, la gente manifestaba reconocer que era frecuente en el día sentir rabia y no llegar a entender por qué. Que la queja tenía o tiene, al parecer, un refuerzo social que nos hace sentir menos solos frente a los abusos o las tremendas injusticias sociales. Pero además la queja tiene que ver, según me decían, con la dificultad creciente de no ver lo positivo, con la disminución de la capacidad de observación más allá de lo inmediato, con no poder analizar las cosas para “darles una vuelta”, que nos centre más en los aprendizajes que en la permanente mirada de lo que falta. Allí nos centramos en lugar de mirar un porqué o una oportunidad por más escondida que se encuentre.
Parece mucho más simple prejuzgar que preguntar, para desde ahí hacer un análisis de lo que está ocurriendo. Quiero invitarlos a realizar el ejercicio de registrar en forma natural y como simples observadores cuánto se quejan y cuánto agradecen en un día. Al día siguiente intenten voluntariamente proponerse agradecer todo o casi todo lo que viven y registren cómo se sienten. Es muy fuerte lo que descubrirán y podrán enseñar a otros a agradecer como lo hacen ustedes. Así tendremos el regalo de mirar el día desde la abundancia, aunque sea poca, y no sólo desde las carencias permanentes.
A todos nos faltan cosas, y menos mal que es así porque la abundancia total nos estacionaría y haría muy mal al alma; la vida sería, por decir lo menos, muy aburrida. Parece ser que la diferencia está en lo que miramos y cómo analizamos eso que vemos.
¡Buena suerte!